VIDEO
Encendió el proyector. Dos cataratas coronadas en un lago.
Abajo hundidos en la profundidad de la tierra dormían los huesos de los
dinosaurios. Siempre haciendo caminos. A menudo él detuvo su auto para arribar al puerto de sus bocas. Ávidos labios.
Como si se eligiera el paisaje dos montañas arrogantes en
las alturas sosegaban en un
profundo valle florido. ¿Había,
acaso, un plan misterioso para asimilar la naturaleza con el amor de hombre y mujer?
. Él manejaba ella
cantaba. En cada recodo caricias sobre sus piernas. Piel escondida tras las
telas esperando la hora de las brujas.
Su tacto llegaba a la memoria a través de hilos de sensaciones.
Ahora una pequeña ciudad con calles de aceras intransitables
Solo con apretar un botón una senda que
moría en el mar. Atardeceres encendidos.
El recuerdo de esa
marea que crecía lentamente.
Ella miró su perfil y
de seguro pensó que él desconocía el misterio femenino.
Esa imagen del columpio le viene a la memoria
al rogar que la hiciera volar para sentirse pájaro, ella que tiene el alma
abierta al vuelo.
Otra, un anciano enrollando
en lágrimas en las simples notas de su violín. Una madre caerse de rodillas por
la muerte de su hijo en la guerra que de seguro votó a favor.
Mientras cambia el CD recuerda que la reconoció con el
nombre de otra y que nunca bebió sus lágrimas cuando lloró. No sabía cómo entrar en su alma pero supo cómo salir.
Llegó a la última memoria de las imágenes de trayectorias horizontales añejas
de vida
Fin del camino. Terminó el recorrido y también el amor lejano
de los campos de trigo donde centellea el pan de
los deseos y ella la omitida
convidada al festín. Final de las nostalgias impresas en los videos
Con la última estampa el
universo se detuvo en un piadoso sigilo.
ALBERTO FERNANDEZ