domingo, 12 de febrero de 2017

VIDEO

VIDEO                         
                
Encendió el proyector. Dos cataratas coronadas en un lago. Abajo hundidos en la profundidad de la tierra dormían los huesos de los dinosaurios. Siempre haciendo caminos. A menudo él  detuvo su auto para arribar al puerto  de sus  bocas. Ávidos labios.
Como si se eligiera el paisaje  dos montañas  arrogantes en  las alturas sosegaban en un  profundo  valle florido. ¿Había, acaso, un plan misterioso para asimilar la naturaleza  con el amor de hombre y mujer?  
. Él  manejaba ella cantaba. En cada recodo caricias sobre sus piernas. Piel escondida tras las telas esperando la hora de las brujas.  Su tacto llegaba a la memoria a través de hilos de sensaciones.
Ahora una pequeña ciudad con calles de aceras intransitables Solo con apretar un botón  una senda que moría en el mar. Atardeceres encendidos.
El  recuerdo de esa marea que crecía lentamente. 
Ella miró su perfil  y de seguro pensó que él desconocía el misterio femenino.
Esa imagen del columpio le viene a  la  memoria al rogar que la hiciera volar para sentirse pájaro, ella que tiene el alma abierta al vuelo.
 Otra, un anciano enrollando en lágrimas en las simples notas de su violín. Una madre caerse de rodillas por la muerte de su hijo en la guerra que de seguro votó a favor.
Mientras cambia el CD recuerda que la reconoció con el nombre de otra y que nunca bebió sus lágrimas  cuando lloró. No sabía cómo entrar  en su alma pero supo cómo salir.
Llegó a la última memoria  de las imágenes  de  trayectorias horizontales  añejas  de vida
Fin del camino. Terminó  el recorrido y también el amor  lejano  de los campos de trigo donde centellea  el pan de  los deseos  y ella la omitida convidada al festín. Final de las nostalgias impresas en los videos
Con la última estampa el  universo se detuvo en un piadoso sigilo.

ALBERTO FERNANDEZ