sábado, 14 de enero de 2017

DOS BICICLETAS EN EL CAMINO


Dos bicicletas en el camino. Ella vestida de novia. Él con el torso desnudo cubierto apenas por un jaquet, pantalón, zapatos de charol. El solitario camino era como una cinta transportadora donde  ellos quedaban quietos y se movía el paisaje. Llegar a la iglesia para casarse. Él la pensaba desnuda y con el deseo  de poseerla. Ella con la idea de su casita,  cama de sabanas blancas de hilo perfumadas, los niños  en el parque y en los columpios  mientras regaba la sed de las margaritas. Es pronto, aún falta la consagración divina de la eternidad del amor.  Las flores, la entrada triunfal con los acordes de un  órgano en la ejecución de la marcha nupcial.  La simbólica entrega de los anillos. El beso. Para él, reclamado por su urgencia debía ser ahora, se lo exigía el ignorado motor.
El entorno los registraba a cada momento, no desistía de mirarlos. Animales de pastoreo no hubieran permitido detenerse y hacer el amor en su mesa de comida. Era urgente marchar  para consagrarse.  
Primavera. Las flores seleccionaban a quienes las visitaran hasta hallar un hermoso fecundador: por su belleza  o  su talento. Lucir colores para atraer la ansiedad de la glucosa.
Ella  rodeada de un hálito de futuro. Sábanas perfumadas de lavanda, bebés libando de sus pechos junto al regalo de su calor de vida.
Él se mantuvo en la ceremonia hasta el final, por respeto, por tradición,  hasta  que  un impulso  de la naturaleza lo condujo a su burdel habitual. Allí se confesó y  comulgó hasta la madrugada  hora en que se satisfacen las angustias o se exacerban los deseos.
Ella lo aguardó envuelta en sus sábanas blancas de hilo perfumadas.


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


jueves, 12 de enero de 2017

EL ULTIMO NAUFRAGO DEL TITANIC


Hice una casa. Traje a mis labriegos ya ancianos. Mi mujer y mis cuatro hijos. De pronto una luz oblicua nos estremeció en la mañana. Las paredes temblaron a la caída de las bombas. Todo se
derrumbó sobre las cosas y las vidas. Aún estaba el que me prometió una vida de desasosiego. 

Cuando le hice el reclamo me dijo que otro dios lo había ordenado. Tenía que tener fe.
En otro Aleppo volvería  a construir mi casa y cobijar a los labriegos, mi mujer y mis cuatro hijos. Que me despidiera. Esta vez no le creí. Todos ellos habían muerto por su orden. Nunca más me contestó. Fui al rescate de mi vida solitaria. Era el último de los náufragos. Vino un nuevo dios a decirme que él era el verdadero. Demolida mi fe, después de tantas mentiras, recé al revés para el que ya no existía.  


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)

martes, 10 de enero de 2017


UN CUENTO PARA NIÑOS



Acostado como para dormirse me pidió que le contara un cuento. Era una rutina que utilicé con todos 

mis hijos. Se me ocurrió actualizar “El gato con botas”. Mucho no me acordaba pero igual se lo 

relaté.

En el reparto de bienes al gato le tocaba muy poco.  Por ello los dos hermanos decidieron  regalarle 

un par de botas. Fue siempre su deseo y desde entonces no se las quitó nunca.

Se enteró que el hombre más rico de la ciudad pagaba con dólares a quienes les  trajeran bolsas con 

champiñones. Desde un bosque cercano, a diario, recogía sacos llenos de ese preciado hongo. A su 

vez traía para sus hermanos grandes cantidades de poderosos billetes.

La fortuna de esa singular familia iba en constante aumento. El gato se apersonaba a lugares que 

serían en el futuro posibles riquezas. Supo que gracias a su calzado tan significativo los dueños las 

entregaban sin resistencia. Se adueñaron de campos fértiles y  reservas naturales importantes. La 

familia ya era propietaria de pozos petroleros, lagos y ríos de agua dulce, enormes extensiones con 

tesoros en metales preciosos muy requeridos.

Después de tanta acumulación al astuto gato le quedaba asumir el poder. A un hermano lo nombró 

dictador, al otro secretario de obras públicas y él, primer ministro.

Ya casi en somnolencia mi hijo me preguntó:

-¿Tanto pueden las botas papá?

-Sí, eso y mucho más, le contesté

Enseguida se durmió. El que no pudo hacerlo fui  yo.



ALBERTO FERNANDEZ(Furnita)


LAS ROSAS

LAS ROSAS



Nunca quise los uniformes. No amé las balas sibilantes. Tapé mis oídos cuando caían las máquinas  

del horror. Los drogados por la patria gritaban: “Victoria, victoria”.  Sin llantos por su hermano 

muerto. Los odié. Preguntaron: “¿Cuál era mi casa?, ¿Cuál mi mujer? ¿Cuáles mis hijos? Sin 

embargo acogí en mi  refugio al que mostró sus heridas al quitarse el capote. A ese lo curé. Lo amé 

porque dijo: “amo tus rosas”.



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
MI BIBLIOTECA


YO DORMÍA Y ENTRABAS A MI CUARTO DESCALZA Y EN PUNTA DE PIE. NINGÚN 

RUIDO SOLO EL IMPERCEPTIBLE DE LA LECTURA DE MIS LIBROS. NO ENCENDÍAS LA 

LUZ NI ABRÍAS LAS VENTANAS. TODAS LAS NOCHES. TU OBJETIVO ERA MIRAR LAS 

PALABRAS. AL DESPERTAR SUPONÍA QUE HABÍAS ESTADO. LO CONFIRMABA AL 

ACARICIAR CADA PAGINA Y SENTIR EL OLOR DE TUS MANOS. PASARON ASÍ MUCHOS  
DÍAS Y SEGUÍAS ROBANDO TÍTULOS Y  FRASES. MI BIBLIOTECA QUEDÓ FRÍA  DE  

HISTORIAS Y MEMORIAS. EL RECUERDO DE TU PRESENCIA ME ALENTABA A  SEGUIR 

LA  RUTINA DE  VIVIR.




ALBERTO FERNANDEZ(Furnita)  

lunes, 9 de enero de 2017

YO

YO


Me piden mi identidad. Nada ilegal. Me dicen que los recuerde. Lo haré.  Mi madre demasiada niña, 

demasiado anciana. Mi padre adusto, encargado de hacer cumplir la ley. Todos con bajos recursos. 

Juguetes trocados por fantasías. Escuela normal primaria, escuela normal secundaria. Pura docencia. 

Pubertad y juventud en total militancia  teórica. Universidad, nada más que conjetural. Mi segundo 

diploma. Solo papeles enmarcados con orgullo. ¡Cuánto laburo costó! Fui soldado. Las armas 

oxidadas nos temblaban en las manos. La dictadura, la guerra inútil ¿no me dijiste que recordara? Las 
mejores películas, el otro teatro independiente, el Colón allá arriba. El todo Bs.As. Descargábamos 

fantasías en las sillas de los cafés. En el bar La Paz hablábamos de Revolución. Luego la profesión 

en donde hombres y mujeres me contaron sus historias. Me casé, todo legal (Se usaba, sabés). No fue 

“lo que te toca te toca”, a mí me tocó lo bueno. Cumplí, exagerado, las tres entidades de la vida: 

planté árboles, Seis hijos, tres libros. Abrazado a Julia le digo: ¡qué familión! En la Patagonia 

hubiéramos sido pobladores.



ALBERTO FERNANDEZ  (Furnita)
VAQUEROS FLECADOS



Las chicas ya no usaban el guardapolvo de blanco increíble tableado y con moños. Ahora pantalones 

vaqueros flecados y cortados adrede.  No para seducir sino para emblematizar a su generación en una 

vertiginosa ruptura con el pasivo conformismo de sus mayores. Salían los alumnos  de la secundaria . 

Cuando Ernesto pasó entre ellos  observó a una de las chicas con  ojos azules iguales a los de Marta y 
halló aquella voz en su voz.

¿Por qué lo confunde revivirla?    Su sombra tan oscura, tan suave lo persigue. La muerte tan feroz   

la arrancó de su lado.





ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
UNA SILLA

Sentada en su silla preferida, la sometida, abandonó todo. Deseos, hambre, amor. Sin respuestas ni 
preguntas subió al infierno en la misma forma. En igual posición. A la diestra de nadie. No pudo 
hablar, reír, llorar. Tampoco nunca más gozar. No pensó en la resurrección.
En su mano derecha un lápiz. Así, mirando estrellas, lunas y astros construyó un poema.


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
UNA MUECA DEL DESTINO.



Entre tragos y tragos, en el salón, no quedaban parejas sin bailar.  Aún en la barra sus cuerpos se contorneaban al ritmo de la estruendosa música. Todo latino: el disc-jockey lo había decidido. Dulce y Demián cantaban sus letras a coro con Marc Anthony. “Voy a vivir el momento – para encontrar el camino”   Por cierto lo estaban viviendo. Ambos olvidaron sus trabajos para la próxima semana. Ella debía discernir entre la metodología cuantitativa, la perspectiva histórico-biográfica. Los Sueños de Freud, el conductismo y la teoría integradora en Psicología ¿Y la Gestalt? Él en Filosofía, explicar la meta teoría de Godel, la ética de Kant y la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort.  Ahora sólo el amor, los deseos y la alegría.  Rumbo al departamento donde siguieron con sus impulsos primarios entrelazados en los vapores del alcohol.
Al amanecer había que volver. En la ruta desierta el BMW volaba raudo. De pronto sintieron un fuerte deseo de unir sus bocas. Como lo desearon, lo hicieron. El camino seguía derecho, el automóvil no.
Quedaron allí pedazos desperdigados de temas sin resolver. La teoría de Wundt rechazada por la cualitativa. La perspectiva infanto juvenil. Sigmund y los otros. El enfoque totalizador de Maslow.
También pedazos sin aclarar de la incompletitud en filosofía. ¿Y los antiguos griegos? El viejo Kant entre los hierros retorcidos.  Tramos sin explicar de las teorías críticas.  Engels.  Todos.
El beso final quedó como una impronta estampado en el volante. La radio insistía redundante: “Quédate conmigo – quédate a mi lado – junto a mí – junto  a mí”




ALBERTO FERNANDEZ  (Furnita)
TITO



La tormenta se desató con furria. Agua y viento. El arroyo corría enloquecido. A su vera 

caminábamos juntos cuando perdí mi zapatilla que el agua loca se la llevaba. Tito, mi compañero, se 

arrojó para recogerla y la corriente se lo llevó. Tres días para encontrarlo. Fugaz pude ver su rostro 

tieso entre cirios. Me apartó de allí el sonido del celular mudo de respuestas. Con tanto dolor seguí 

 mi camino en la vida. Cada día se repetía el silencio incógnito en esa jaula de la memoria prestada. 

Soñé un día cuál era el misterio: no le había pedido perdón. En su tumba lo hice y las palabras 

volvieron a pronunciarse.




ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


   Solo para estar contigo  



Javier observó la figura de Marta de espaldas en la playa. Hacía años la había perdido. Saltó a la

arena y corrió sobre los cuerpos; destruyó castillos. Muy cerca la llamó por su nombre. Su voz se

perdió en los confines del horizonte. Nadie se adjudicó el llamado. La tomó por un brazo y ella giró

su cabeza.  No era la que buscó por años. Otro  rostro  diferente dibujó una sonrisa. Javier se

apartó avergonzado y  pidió disculpa.


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


SERENATA NOCTURNA



 Se entendían con miradas entrecruzadas y en medio del puro silencio. Mientras tanto la flor seguía 

prodigando seres infecundos. Podían reconocerse a través de la similitud de sus figuras y las 

geometrías casi idénticas. Sin sombras en las noches plenas. Eran rebeldes a la imposición absoluta 

de la ley en una senda alternativa hacia el placer estéril. Una posibilidad de vivir en despliegue de 

luces y sombras. Crearon la noche con sus cantos. Los niños aguardaban en sus vientres. La historia 

lo recogió de una isla lejana del mar Egeo. Lo poetizó Baudelaire: “Venus tiene justo derecho de celar

 a Safo… Acarician los frutos de su nubilidad” Sus cántaros aún ausentes.





ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
SENSACIONES



Era ya la tercera vez que se encontraban en los largos pasillos del edificio. Charlas intrascendentes.

Las preguntas caían agotadas pero igual se intercambiaban temas sobre sus vidas. Desde el primer

momento él pensó que ella era su destino. En el ascensor apretaban la misma tecla del cuarto

piso. En esa minúscula eternidad y a través del gran espejo él tocaba con la mirada  la imagen que

envolvía todas las formas  de su compañera de camino. Repetía los rojos, los azules, los negros de

sus ropas que negaban su desnudez. Se complacía con el gesto de volcar su pelo hacia atrás. Su

perfume embriagaba el instante ascendente. Era el momento de retirar su informe. Abrió el sobre

y leyó el resultado. Las puertas se abrieron en el 4º piso y caminó a su lado en el corredor. Ella

siguió hablando con su verbo fácil. Él solo dijo: ES MUY TARDE YA.




ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


QUE IMPORTA EL DESPUÉS



Él trabajaba en una librería. La sin nombre entró y  revisó los estantes.  Tomó un libro y lo escondió 

en un bolsillo de su campera. A la siguiente semana lo dejó en su lugar y ocultó otro. Él la miró 

extrañado por ese proceder que sucedió durante tres meses. Un día no llevó nada y fue la 

oportunidad para preguntar. En el café hablaron de sus vidas. Momento para cobrar identidad. Martín 

y Graciela. Una decisión: - a tu departamento o al mío. En el living Martín observó que los estantes 

de una biblioteca estaban vacíos. Sólo un libro: “La Señora Halloway”. Graciela contó entre lágrimas 

que su padre al saber que aquellos vendrían a llevarlo quemó todos sus libros. Sólo quedó uno con 

un adiós  adentro.  Se develó la incógnita: Era su  deber leer todos los calcinados.

Se despidieron a la mañana con el compromiso de no encontrarse más. Martín caminó hasta  su 

trabajo. En la disquería  cantaba  Gardel : “Después que importa el después  si  toda su vida fue el 

ayer”



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


¿POR QUÉ?



¿Por qué  la palabra amor es tan efímera? Fue aquel  hombre el que rompió su corazón y caminó 

descalzo sobre sus trozos. No lloró. Solo se sentó a pensar. ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? Se creyó 

 obligada a responder.  No sabía que una fuerza interior anidaba en el fondo de su espíritu. Con ella 

apareció en su pequeño mundo. Demolió una a una sus propias  ruinas para arrinconarlas en el  

pasado. Se vistió con soles y nuevas alas. Ahora su prolongado camino deparaba esperanzas de otros 

labios para paliar su sed. Florecieron deseos.  Su cuerpo se llenó de tiempo para aprender a volar.





ALBERTO FERNANDEZ   (Furnita)
OTRA VERSION


Declaración de un peón de campo
Señor, es verdad; fui yo quien encontró el cadáver. Esta mañana, como de costumbre, había salido Y hallé al muerto. ¿El lugar exacto, dice usted? Pues, a unos ciento cincuenta metros de la ruta 16. Es un lugar solitario, poblado de eucaliptos con algunos cedros entre ellos. Forman, entre una hilera de árboles, un verdadero callejón paralelo al asfalto. Un lugar muy visitado por parejas.  Dado que la fila es muy compacta para entrar con vehículo   se debe dejar el auto y estacionar en la banquina
El cuerpo estaba tendido de cara al cielo; vestía un pantalón negro y camisa blanca. Zapatos negros bien lustrados. Parecía  que una herida como de bala o escopeta le atravesó el corazón, y sus ropas estaban teñidas de rojo. No, no perdía más sangre en ese momento. Creo que nadie me vio. Para llegar a la Estancia La Peregrina donde trabajo desciendo en el cruce de la 36 y camino más o menos una legua.
¿Si vi alguna arma o algo parecido? No, no observé nada de eso, señor. Solamente encontré una soga junto al tronco de un cedro que había cerca del cadáver. Y…, ah, sí; también al lado de la cuerda había un pañuelo. Eso fue todo lo que vi. Daba la impresión de que ese hombre había luchado antes del asesinato, porque las hierbas y las hojas que había a su alrededor estaban bastante pisoteadas. No tenía forma de comunicarme con la policía y seguí caminando hasta mis labores.
— No, señor. No había ningún auto cerca. Es un lugar inaccesible y está separado de la carretera. Tan tupido de árboles que casi ni se ve el asfalto
Declaración de un automovilista
— Es cierto. Ayer los vi. Ayer… sería cerca del mediodía. El lugar es la carretera que conduce de Garmendia a Tres Cruces. Al avanzar con mi automóvil por la 14 me extrañó un coche Fiat Cuatro negro parado a un costado   de la ruta sin conductor ni  pasajeros. Me detuve a observar con cierto temor y decidí seguir más lento. Me llamó la atención un hombre que se escondía detrás de los eucaliptos. Vestía una camisa blanca sin distinguir sus rasgos.
Me dije “no te metás” pero al continuar llamó mi atención otro vehículo Chevrolet Panda azul detenido también en la banquina.
A escasos metros de allí y dentro del callejón de eucaliptus vi  a un hombre  acompañado por una dama en un camino paralelo a la ruta como si en un futuro se prolongara el asfalto.  Ni alcancé a ver el rostro de esa mujer. Únicamente pude ver el color de su vestido, que era claro.  ¿La estatura? … algo así como un metro y medio.  Estaba apoyada contra un árbol y él muy junto a ella.  Vestía una camisa negra.
Aceleré con todo sin interesarme por las secuencias posteriores. Tenía que recorrer unos cincuenta kilómetros más.  Llegué tarde a la Empresa. Tipo nueve y media
.Declaración de una anciana
— Sí, señor; el cadáver es del hombre que se casó con mi hija. Él no era de la Capital.  Su nombre es Carlos González y tenía veintiséis años. No, señor, era una buena persona, y no creo que haya sido víctima de alguna venganza.
¿Mi hija? Su nombre es Malena y tiene diecinueve años. Es impulsiva, pero dudo que haya conocido otro hombre aparte de Carlos. Es de cutis moreno y su cara es pequeña, ovalada, y tiene un lunar cerca del ojo izquierdo.
Ayer, Carlos salió con el auto y mi hija se fue poco después. ¡Quién podía imaginar esta tragedia!
¡Qué será de ella! Pues si bien estoy resignada por la suerte de mi yerno, quisiera saber qué  ocurrirá  con mi pobre niña.
A quien odio es a ese asesino. El futuro de mi hija [llora y no se entienden sus palabras].              
Declaración de la mujer                                                
Venía con mi marido por la ruta a Tres Cruces a ver unos terrenos donde se alojaría la nueva fábrica proyectada por él. Pasando la 36 con sorpresa se adelantó un coche azul que nos interceptó. Revolver en mano, a los gritos, dijo que bajáramos,
 El asaltante vestía una camisa negra exigió todas nuestras pertenencias  procedió a atar  con una soga que extrajo de su auto a mi esposo en un árbol de la futura ampliación de la ruta.
Con una gran violencia me violó a pesar de mi resistencia. Después de ultrajarme lanzó una mirada sarcástica a mi marido.
¡Cuán humillado se habrá sentido! Cuánto más se empeñaba en liberarse, más se hundía la soga en su cuerpo. Desesperada, corrí hacia él. No, mejor dicho, quise correr. Pero al intentarlo, el ladrón  me derribó. Estos raspones  en la cara lo evidencian.
En ese preciso instante advertí un brillo extraño en los ojos de mi marido, tenía una expresión indescriptible… Lo recuerdo y todavía me hace estremecer. Él, al no poder hablar, procuraba expresarse de ese modo. Sus ojos no denotaban ni furor ni angustia…; despedían un brillo frío, que reflejaba su desprecio hacia mí. Más herida por esos ojos que por el golpe del ladrón, dejé escapar un gemido y me desvanecí.
Después de largo rato (creo), recobré el conocimiento, y advertí que el hombre del pantalón azul había desaparecido. Estaba solamente mi marido, que continuaba atado al árbol. Me incorporé  y dirigí hacia él mis ojos. Pero el brillo de los suyos no había cambiado; me observaba con la misma frialdad, reafirmando su desprecio, y en lo más profundo, también su odio. Vergüenza, rabia, angustia…; no sé bien lo que sentí entonces. Me levanté, vacilante, y me acerqué a él:
Hube de hacer un gran esfuerzo para decirlo. Pero él seguía mirándome sin inmutarse. Sentí que mi corazón latía con violencia. Busqué afanosamente el revolver de mi marido. En vano; por lo visto, el bandido había robado su arma y con ella le tiró al corazón.                               
. Fue una suerte que allí cerca encontrara mis zapatos
— Ahora,  te desataré inmediatamente.
Al escucharme, movió apenas los labios. Con la boca llena de hojas, no podía articular palabra. Sin embargo, con sólo mirarle adiviné su voluntad.  Dijo: "Me muero”.   Volví a desvanecerme. Cuando tiempo después me recobré, mi marido había muerto. Un rayo del sol  filtrado a través del follaje, iluminaba su rostro sin color. Llorando, quité las ataduras de aquel cuerpo. Después… No tengo fuerzas para narrar lo que me tocó vivir después.  Heme aquí, frustrados mis intentos, soportando el peso agobiador de mi deshonra. [Sonríe tristemente].Es de creer que me sea negada la piedad. Busqué las llaves del auto tiradas en el piso y arranqué para pedir auxilio. Pregunté y llegué a esta comisaría. En fin yo,  que fui violada por un sicópata, ¿qué debo hacer? ¿Qué es lo que yo… yo…? [Estalla de pronto en violentos sollozos)

ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
Final del formulario

Final del formulario

o     






MARÍA



La llamó María. Supuso que se llamaba así   porque todas las mujeres se deberían llamar de  esta 

manera. Por primera vez parada en la estación la vio en el andén opuesto cuando el tren se detenía.  

Más allá de las ventanas en las callecitas de París estaba ella. Flotaba en la luz de la noche estrellada. 

En los jardines escondida tras los setos del laberinto. En el museo un cuadro de Rembrandt Betsabé 

pero con su rostro. De pie pero  lejos en la Torre. Nunca  llegaba a acercarse. Siempre lejana. En otra 

latitud. Invitado a la cena en la silla distante. Hablarle decirle que la quería. Tocarla Acariciar su 

cuerpo.  La bendición de un beso. Todo negado. Cuando orilló el Sena vio cómo su cuerpo flotaba en 

la superficie de las aguas. Ella le acercó un pañuelo. El mismo que  tenía en sus manos cuando 

despertó. Nadie supo ni sabrá quién era María. Su silencio y su secreto.




ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
LOS NOVIOS

La avenida era un infierno. Los vehículos corrían en ambos sentidos. Los coches resoplaban gases; las motos 
con horrendos ruidos. María atravesará la calle cuando le dé permiso el semáforo. De pronto se le estará 
permitido. Un hombre la tomó del brazo y la acompañó para cruzarla.  Supuso que traía flores en sus manos, un 
libro bajo el brazo y una sonrisa de fauno en la comisura de sus labios. Fueron novios hasta el comienzo de la 
vereda. Viajó con él sin apenas darse cuenta. Entonces, a paso rápido, él siguió solo su camino. Partió presto 
como el mar y los tornados. Era el adiós para siempre sin abrazos ni besos. María sintió el abandono de las 
carnes. Un efímero sueño. Un frío aterrador inundó su cuerpo. Continuaron siendo dos: ella y la soledad.


ALBERTO FERNANDEZ(Furnita)
LOS MUROS


  Los poetas como siempre construyeron bellas voces e Ignoraron que tal vez, digo, por error, ladrillo 

sobre ladrillo los gobiernos levantaron  un muro en toda la frontera sur.  Sus habitantes lo 

desconocieron  casi sin recordar. Sólo algunas mujeres pensaron en los hombres perdidos en el 

inimaginable  Prosperó la idea y todos los países hicieron igual muralla. También en cada uno 

habitaron palabras poéticas   y  se escribieron poemas en el idioma que sus padres enseñaron. 

Tampoco lo recordaron esos pueblos. Sólo a los que preguntaron por los nombres y clavados en los 

alambres de púas  dejaron por siempre de responder.  Muchos, entonces, perdieron la oportunidad de 

gozar de las hermosas palabras y embellecer  las vidas por no entenderlas. Cuál victoria es esa que 

apaga las velas para que el viento nos lleve a otros mares con indescifrables mensajes diferentes.



ALBERTO  FERNANDEZ (Furnita)



LAS PALABRAS


Acostado y siempre mirando al cielo. Los días de nubes pacíficas, o alguna vez negras y furiosas.  

Saben que no caerán como los pájaros heridos, como las aguas de las lluvias. El Sol más allá. Aún 

más lejos millones de astros y estrellas. Hombres y máquinas auscultaron  el universo. Solo uno de 

ellos. Innumerables soles y lunas.  Trozos de materia en viajes rebeldes  ausentes de proyectos 

conocidos.  Basura sin destino. Gabriel conocía las flores, las montañas,  los ríos y los mares. Sabía 

del bien y el mal, la vida y la muerte,  pero esperaba una respuesta a su angustia existencial. Las 

palabras llegaron un día y en voz baja desde lo más profundo del infinito;  como al oído: “No existo”.




ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
LA INTERNADA



Quien dijo internada. Presa más bien. “Es para tu bien, querida, es para tu bien” Que diga que fue por 

propia voluntad. La primera vez ¿Alguien se acuerda de la primera vez? Yo escribía poemas. ¿Desde 

cuándo escribías  poemas? No me acuerdo. Ni puedo acordarme de aquel vaso de Fernet. 

¿Sensaciones? Si, yo era otra. Más atrevida, menos tímida. Era genial. Rompía las cadenas de mi 

dependencia. Insubordinada. Mis poemas hablaban de rosas en los campos, amaneceres, bosques. 

Me dejaron lápices de colores para hacer dibujos mientras siempre escribí palabras, imágenes con 

letras. Ahora escucho solo discursos. Abstinencia. Adición. Con ellas no es posible un giro poético. Si 

tan solo fuera unos días, una semana. Lo aceptaría como acepté aquel vaso de Fernet la vez primera.





ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
LA HORA DE LOS LOBOS

Era una chica de pelo rojo, ojos verdes, mochila al hombro, gestos de inocencia, saliendo de la clase 
de gimnasia. Una chica de esa edad. En las calles solitarias camino a su frugal almuerzo. La tarde 
llama a la hora de los lobos. Allá, cerca de su casa.
Ahora tan solo una niña encerrada en una bolsa vencida ya de vida.



ALBERTO FERNANDEZ  (Furnita)
 ESA RARA COSTUMBRE


El escritor teclea historias, inventa relatos  imaginarios o reales.  Lleva sus personajes  a recorrer los 

caminos de la vida. Los mata o los revive. Se siente amo de ellos.  Termina la historia del chico 

suicida que se tira del puente. “Merde, connard”.
  
Abandona su página  y se detiene a evocar el cuerpo desnudo de ella .Tras la ventana la ve  bailar un 

danza de amor en el  jardín de las flores junto a telones de sábanas colgadas. Ausente de música  y 

abundada de colores. Irrefrenables deseos impulsan al encuentro. Todo consumado en esa rara 

costumbre de amarse.



ALBERTO FERNANDEZ Furnita)
LA CASA DE LA VIDA


Kilómetros de océano. La casa junto al mar. Una mujer y un  hombre jóvenes reclamaban entrar. 

Traían maletas llenas de proyectos. Le dijeron que el amor los habitó. Debían disparar las armas del 

sexo y construir nuevas vidas.  Era una orden.

El anciano demandó por sus recuerdos. Fotos, pequeñas evocaciones de su amada fallecida. 

Alfombra de conchas vacías.  En las paredes imágenes de su velo de novia camino al altar. Se 

astillaron las piernas y desintegraron sus manos.  No van a entender su tristeza.  Lutos infinitos.  

Condenado al adiós.  Él  la amaba y ella había muerto. Era imperioso el mandato.

¿Dónde dormirá esta noche? ¿Con quién pasará el próximo verano? El tiempo empieza a correr. Se 

sentó a esperar la gran ola que demuele castillos de arena. Imposible resistirse.

El círculo debe cerrarse y todo volverá a empezar.

La pregunta es por qué y  la respuesta está llegando.



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita )
EXPATRIADA

Querido Compañero: La célula fue desbaratada. Para poder escapar “Costa’ y yo tuvimos que disfrazarnos de paisanos. Como si fuera una pareja que vuelve al pueblo después de una llamada desde Buenos Aires para ver, por última vez, al abuelo enfermo. Eso era lo que manifestábamos cuando se acercaban algunos de los cientos de personas que esperaban la llegada de su tren de destino. Llevábamos una valija con ropa informal por si nos detenían en averiguación de antecedentes como sospechosos a raíz de un identi kit  elaborado por la policía política. Con acento provinciano hablábamos con los pasajeros haciéndoles preguntas tontas. No semejaba en nosotros ninguna intelectualidad. Incluso conversamos con los dos agentes diciéndole que era la primera vez que veníamos a la Capital y si en realidad ese era el tren que nos llevara a la Provincia. De modo amable nos asesoraban respecto de los asientos que tendríamos que tomar para ver bien el paisaje del recorrido. Nos advirtieron, así mismo, que tuviéramos mucho cuidado con los escurridizos ladrones que poblaban las estaciones. Sobre todo con las valijas. Un pasajero le hizo notar a “Costa’ que en nuestro destino declarado podría estar nevando y el buen tino de llevar puesto ese sobretodo. Con el pretexto de ir al baño escapé de la estación y me puse a salvo en la Embajada de Dinamarca. La guardia no me dejaba entrar pero logré la atención de un diplomático que caminaba por el jardín. Lo llamé y le expliqué mi situación de prófuga política. Gracias a ellos estoy en este país y sé que tú estás también aquí. Sólo tengo la dirección de tu madre.  Necesito contactarme contigo. MARTA



 ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
ESA  ARENA  HÚMEDA
                      
                                      

La arena seguía húmeda. No hacía mucho que el mar había abandonado ese sitio. Cosas de la Luna y el Sol; lo mueven a su antojo.
Hasta que oscurecía el abuelo no se movía de ahí. Llegaba tempranito, casi al amanecer.
Mamá le reprendía todo los días. Que se abrigara. Que no se fuera en ayunas .Que llevara una lona para sentarse sobre la arena húmeda. Tan siquiera un banquito.  ¡A ver si  lo sorprendía dormido la marea! Todo eso junto, día por día, mientras él, cabizbajo, caminaba las dos cuadras que nos separaban del mar.  Nos mandaba a mi hermana y a mí  llevarle la sopa del mediodía con dos galletas en bandeja de lata y una servilleta. Abuelo, no se olvide la gorra. Abuelo, lleve la capa que tal vez llueva. Abuelo, el largavista.  Sí, porque el abuelo miraba hacia lo más lejano del mar  donde se juntan el cielo y el agua.
Yo pensaba cuando me sentaba a su lado que la lluvia vendría de allí. De alguna pelea entre los dos. El cielo era el ladrón y le robaba agua al mar para tirársela a la tierra. La rabia que le daría que le sacaran agua a fin de desperdiciarla. Si para nosotros no era necesaria. Cuando queríamos la sacábamos de un pozo. Para hacer la comida, lavar los platos. Era pesado el balde lleno. Mi hermanita no podía levantarlo. Siempre me mandaban a mí. Que metiera el balde bien abajo. Que atara la soga bien fuerte. Que le pusiera un poco en el tachito del perro. Que le llevara al abuelo.
Al atardecer a menudo venía a casa alguno que había sido compañero de Papá. Traía pescado fresco. Me daba rabia que me llevaran la comida y no había uno que no me bajara la visera hasta los ojos. Tenían mucho olor encima pero como en casa todos teníamos el mismo olor no nos dábamos cuenta. A mi hermanita le daban un beso. Alguno me decía: “¡hágase grande compañero, hacen falta manos para levantar las redes!”
Sentados sobre la arena húmeda, nos quedábamos un buen rato juntos, uno al lado del otro, sin hablarnos. Mirando a lo lejos. Hacia donde dicen que el mar da vuelta sin que se caiga.
Cosa de brujos, dicen algunos. El abuelo, ni una palabra, levantando de vez en cuando el largavista. ¡Qué me lo iba a prestar!
Mamá siempre hacía sopa de pescado para el almuerzo, con galleta; ella misma lo cocinaba. De noche, cuando volvía el abuelo, el pescado lo comíamos frito. Él se lo servía con las manos.
Cuando había mucho sol, con mamá, atrapábamos cangrejos.  Yo sostenía la olla y ella los sacaba debajo de las piedras. Siempre se olvidaban de esconder alguna pata. A veces, debajo, encontrábamos pulpitos. Esas eran fiestas para nosotros. Lo comíamos con cáscara y todo.
Los compañeros de papá nos mandaban algunos días pescados diferentes.
Yo sé que algunos van de visita con ramos de flores pero a nosotros, las amigas de mamá, nos traían verduras, huevos o alguna gallina. Qué rica era esa sopa. Al abuelo que no lo sacaran del pescado.
La tormenta. Estábamos abrazaditos los tres. Desde las ventanas de casa se veía el mar como si fuera de día. Los rayos que nos mandaba el cielo, como flechazos de luz, lo iluminaban todo. Hasta veíamos al abuelo que miraba el horizonte con los largavistas. Con capas y botas lo íbamos a buscar. Los tres. Mi hermanita no se quería quedar sola. Las olas subían tan altas como para enfrentar al cielo. Éste le contestaba con un rugido furibundo.
Cuando llegamos a la casa, el abuelo le preguntó a mi madre. ¿Cuántos? Ocho, cuatro volvieron hace un rato, quedaron los merluceros. ¿Fueron a la Iglesia? Todos. ¿Y usted? No tenía con quién dejar a los chicos.
A la mañana el viento se había llevado la tormenta tierra adentro. En la arena húmeda estaba mi abuelo. Y estaba mi madre. Y estaba yo y mi hermanita. Estaba todo el pueblito.
Como aquella vez. Las mujeres arrodilladas. Los hombres de pie. Mirando lejos, bien lejos. Hacia donde se juntan el cielo y el mar.

ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)



" OH TEMPORA, OH MORES "




Entré en una Librería de la calle Corrientes.  Mi técnica no era buscar un autor, ni siquiera un tema determinado. Consistía en que el título me golpeara en el ojo.  Aún no había logrado mi objetivo cuando me encontré con  mis otrora jóvenes alumnas. Su alegría se manifestó en un grito multiplicado por tres. Yo había sido su profe de historia en la facultad de letras. Por poco me empujaron hacia la salida y me invitaron a tomar un café. Recordaron  esos días y casi tropezaron sus palabras cuando rememoraban mis historias de “La  Odisea”. Habían olvidado todos los temas pero esos relatos le  quedaron muy grabados y sobre todo en el estilo con que fueron contados. Les pedí que me recordaran sus nombres y cuando lo hicieron me exigieron que les repitiera alguna de esas narraciones. Les apunté a la fidelidad conyugal. A ese amor que dura por mucho tiempo acompañando la dinámica con  que la vida y los códigos sociales modificaban ese concepto del amor. Por supuesto que no me creyeron ni apoyaron mis interpretaciones. Sus argumentos eran que en esa reseña machista la única fiel había sido Penélope.

Me callé recordando a Cicerón: “Oh tiempos, o costumbres”



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita) 




EL RECLAMO

Hoy he visto pasar a un  hombre
con un pan bajo el brazo.
César Vallejos


¿Hacia dónde iban? ¿Qué lejana luz iluminaba sus anhelos? Sin suplicar ayuda, no los detenían 

obstáculos en el camino. Una necesidad irreductible de andar en la persecución de la promesa que 

será utopía o tal vez quimera.  Nada  interrumpirá  la certidumbre de llegar.

Todos los sentidos puestos en ello. Desde el murmullo al grito. Veloces viajes a partir de la piel hasta 

el cerebro confirmaban su ideología.  Se identificaban en el  espejo con el otro.

Recordaron  todos cuando alguien dijo:" es mi única ración de pan del día". Fue entonces cuando  

lloraron y  el gusto se les hizo acíbar.



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
ELLA Y LA SOLEDAD


Ella en soledad frente a la ventana.  La calle le brinda su dinámica, una plaza  el color. Como lejana, la 

estridencia de un rock. Cuando suena el intercomunicador  ve en su puerta la pretérita

imagen otrora deseada y amada.- ¡Sube!, le dice- Un saludo gélido de manos.  Ahora, le recrimina el abandono 

aquel. Ruegos, preguntas sin respuesta, palabras muertas. – No vuelvas más - Después, otra vez sola. No hay 

nada mejor que el silencio.


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
EL TREN    o   LA ÚLTIMA ESTACIÓN


Pedí el que se detenía en todas las estaciones. Era el recorrido más largo.  En la última parada una 

mujer esperaba sentada en un banco del andén. Bajé y hablé con ella. Me dijo: -espero la muerte-. 

Ninguna lágrima.- Están secas en mis ojos-. No intenté modificar su decisión. Solo saber los 

motivos.- No vino el que esperaba-, respondió. -Es el único. El padre del niño que llevo adentro-. 

Quiere decir que morirán los dos. Pensé que ella era dueña de su vida y que esa decisión no la 

compartía con el que esperaba vivir.



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)

domingo, 8 de enero de 2017

EL SINDROME DE KRANEVITTER

 Para mis desgracias las tres mujeres solteras eran mis tías. Todos sabíamos que la de menor edad era hiperglucemica de nacimiento. La jeringa sería la compañera de toda su vida.  La mayor reunía gran cantidad de dolencias. Si por curiosidad alguno deseara enterarse de ellas tan simple sería recurrir a manuales.  Pero la mayor preocupación familiar era la enfermedad que una eminencia le había presagiado a la de mediana edad. Mi tía acumulaba algo así como 65 años aunque aparentaba algo más. La consulta duró cerca de una hora. Tal vez este especialista cobraba honorarios por medición horaria. Ocultaciones mecánicas, dedos calificados para hallar anomalías médicas y por supuesto ayudado por su infalible ojo clínico que supongo era el izquierdo. Como respuesta final  y  mientras nos despedía con un apretón de manos que continuaba hasta la puerta de salida nos dijo: La señora tiene el síndrome de Kranevitter. Me tocó a mí buscar a ese científico estudioso  de tal padecimiento. Después de recorrer el mundo lo hallé en la Isla Mauricio. En realidad era un astrólogo que se especializaba en temas relacionados con el  cielo. El pronóstico era obvio.



ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)

EL PERIMETRO DE LA VIDA


Volaba demasiado bajo y la paloma golpeó contra el parabrisas de mi 4x4. Describió en el aire una cabriola 

desequilibrada. Cayó pesadamente delante de mi vista. Me produjo mucho dolor porque quedó delineado el 

perímetro de la vida. El momento era trágico e inevitable. Pensé en mi padre. Era conductor de un  tren. Un día 

volvió a casa trayendo en sus ojos horror y perplejidad. No tanto por el hecho de atropellar a un suicida sino  por 

la culpa de no poder evitarlo



ALBERTO FERNANDEZ (furnita)
EL OTRO LIBRO


Con mamá me siento más cómoda pero papá insistía que debía ir a la escuela. Mis hermanos hacía años que iban. A la señorita le decían seño aunque para mí por las arrugas era una señora.
Mamá me vistió con un guardapolvo a rayas rosas y cuando me llevó vi que todas llevaban guardapolvos blancos. Tuve vergüenza porque  me miraban y hablaban de mí en voz baja. Algunos se reían.
Le avisaron que viniera con un libro que compró mi padre. Me gustaba el dibujo que tenía en la tapa.  No lo quise abrir hasta que mis padres lo autorizaron.
La seño me preguntó si algo había leído en casa a lo que respondí que solo las primeras palabras. El libro permanecía abierto en la página inicial sobre el pupitre. No vi  las otras.
Pasaron a leer algunos chicos. Tuve mucho miedo que ya me tocara a mí. Leían muy bien y como de corrido. En casa era distinto. No había tantas palabras. Tampoco niños de mi edad. Podía levantarme a tomar agua. Mamá me advirtió que no debía pararme sin pedir permiso en el aula.
Me tocaba pasar pero todos se levantaron cuando sonó un timbre. En el recreo se juntaron grupos como si se conocieran de hace tiempo. No tenía con quien hablar. No estaba “Tarzán”, mi mascota,  que se acuesta a mi lado mientras  le hablo. Le digo las cosas que me pasan. Le cuento que mis hermanos me huyen. Ni siquiera el beso de la noche. Hasta, a veces, como sola las comidas que mamá me prepara. –Come hija, come.
Cuando se terminó el recreo entraron todos  y se sentaron.  La seño, con energía, pidió silencio. Me tocaba a mí y pasé al frente sin el libro. Me lo hicieron notar y volví a buscarlo. Un chico me puso la pierna y casi caigo al suelo. Todos rieron.
La seño llamó a mamá y le dijo  cosas sobre mí. No entendí sus palabras. Que el libro de figuras y dibujos no era leer. A mí me parecía que sí. Imaginaba  historias distintas cada vez que lo hojeaba. Odié a la escuela, a las compañeras, a todos.
No fui más.  Mami seguía comprando hermosos libros donde imaginaba variados cuentos. ¡Qué me van a decir que no sé leer!

ALBERTO FERNANDEZ (furnita)







sábado, 7 de enero de 2017

EL NAVEGANTE

A las once de la mañana la conocí en un bar. A las doce vi su figura desnuda. A la una de la tarde nos besamos. A las dos llené su cántaro de fuego. Luego la perdí en la muchedumbre de los hombres sin cara en la protesta sindical. No tuve otra chance que confundirme en ese grupo. Levantar una bandera y asumir mi propio reclamo. Como en la simetría del Universo tampoco fui oído. Seré para  siempre  navegante del recuerdo.

ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


EL LAMENTO DE LA EMIGRANTE

Estoy en el camino erróneo encarcelada en mí misma. Soy  la historia de los desengaños  en el amor confundido.  Fronteras erradas.  Incrustada en el país que no lo siento. Engañada por líderes falsos y mentirosas ideologías. Pelo equivocado. Nariz sin modelo de raza. Engañada por quienes pretenden modificar mi geografía. Arrasada mi auto determinación. El clima no es el mío ni tan poco ese Sol y esa Luna. Yo nací en otro trópico. Emigrada sin mi consentimiento. Viento,  voces,  climas, meridiano, diferentes. Tampoco estos son mis bosques y mis sabanas. Siempre omitida quiero volver allá donde nací. En el preciso lugar donde se eterniza  mi pasado.

ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)



 EL ENCUENTRO Y LA MEMORIA

-¿Me recordás?

-Siempre estás en mi memoria.  Este encuentro no es casual. Vine a ver a Resnais.  La nouvelle vague eran las películas de nuestro gusto.

-¿Venís a recordar la similitud de nuestro primer encuentro?  Éramos muy jóvenes.

-¿Estás arrepentida de haber sido joven?

-No. Tampoco de nuestra relación. Pero hubiera hecho más. Perdí la juventud y también la adultez.

-Te referís a lo nuestro o a qué cosa.

-A las dos cosas. Prolongar nuestra relación y  la lucha en favor de nuestras utopías.

-Siempre quedan sin concretar. Los celos y las peleas nos traicionaron. Sobre nuestra militancia en campos distintos.

-Eran diferentes pero hubieron muchas razones en común. Recuerdo aquella manifestación relámpago cuando caminábamos separados con compañeros y de pronto  gritábamos consignas y arrojábamos panfletos. Actuábamos por impulsión, ahora por razón.

-Sí, te tomé del brazo cuando sentimos las sirenas y caminamos abrazados como simples novios. La emoción de sentir tu cuerpo muy junto al mío y el miedo de no engañar a la policía. 

-Fue un momento de tanta emoción que todavía lo recuerdo. Nos metimos en un bar y muy asustados 
pedimos algo.

-¿Te casaste?

-Sí. Apenas me recibí. Con Carlos. Tuvimos tres hijos. Luego el desencuentro, la incomprensión referente al ejercicio de mi carrera destrozaron los lazos que nos unieron. La separación fue traumática. Manejamos muy mal esa ruptura. Incluimos a los chicos en nuestras riñas. A él lo  contrataron en Inglaterra y no supimos más de Carlos. Ahí me tenés asumiendo todo: educación, mantenimiento. Cuidando su desarrollo incompleto de la figura paterna. Defendiéndome de una culpabilidad que observo a veces en sus comportamientos. Igual me va muy bien en la profesión.

-Resolviste como mujer otra nueva relación de pareja?

No, nada definitivo. Todo ese proceso estuvo muy bien vigilado por los hijos que de un modo u otro me hacía sentir que para ellos el  padre era irremplazable. Seguían coleccionando viejas fotos. ¿y, a vos?

-Los años pasaron y todavía te recuerdo con guardapolvo blanco y un moño, Ahora somos adultos con la carga de responsabilidades. No pude darme cuenta que esa  transición dejaba atrás un ayer sin disfrutar a pleno. También me casé, lo que era de rigor.  Helena venía de una infancia holgada y tuve que afrontar esa  situación sin ninguna carencia. Como  darle algo igual a lo que había perdido. Por todo ello dejé la facultad faltando dos años. Tuvimos dos hijas que periódicamente las visito. El divorcio: “incompatibilidad de caracteres”. Ella dice como amigos. Tal vez pero yo la extraño como mujer. Estoy cursando las últimas materias tal vez para curarme yo mismo de la nostalgia. No encuentro  los libros de esa especialidad.

-Bueno, gracias por los recuerdos. Es la hora que salen los niños de la Escuela. Hasta la próxima “nouvelle vague.

-A las niñas las veré mañana domingo y les prometí  llevarlas al Ballet del Colón. Un beso y hasta las  próximas reprises de la nouvelle vague.


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)