jueves, 5 de octubre de 2017

LA MAÑANA DE LA TRISTE SOLEDAD



LA MAÑANA DE LA TRISTE SOLEDAD

Sin saludarme se levantó de la cama. Restaron perfumes de un enjambre de amaneceres. Fue  hacia el baño y salió ataviada con un vestido azul. Bajamos al salón comedor. Pidió un pocillo de café. Tras  abundante azúcar lo endulzó. Sin hablarme  bebió de a sorbos. Dejó la taza y abrió su cartera. Con un rouge se pintó los labios. Sin mirarme ni hablarme se puso de pie y tomó  el tapado.  Enfiló hacia la puerta  y marchó. Solo recién notó el sol frío de la mañana y se abrigó.  Entonces oculté mi rostro y lloré.

ALBERTO FERNANDEZ

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