LA MAÑANA DE LA TRISTE
SOLEDAD
Sin saludarme se levantó de la cama. Restaron perfumes de un enjambre de amaneceres. Fue hacia el baño y salió ataviada con un vestido azul. Bajamos al salón comedor. Pidió un pocillo de café. Tras abundante azúcar lo endulzó. Sin hablarme bebió de a sorbos. Dejó la taza y abrió su cartera. Con un rouge se pintó los labios. Sin mirarme ni hablarme se puso de pie y tomó el tapado. Enfiló hacia la puerta y marchó. Solo recién notó el sol frío de la mañana y se abrigó. Entonces oculté mi rostro y lloré.
ALBERTO FERNANDEZ
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