lunes, 9 de enero de 2017

OTRA VERSION


Declaración de un peón de campo
Señor, es verdad; fui yo quien encontró el cadáver. Esta mañana, como de costumbre, había salido Y hallé al muerto. ¿El lugar exacto, dice usted? Pues, a unos ciento cincuenta metros de la ruta 16. Es un lugar solitario, poblado de eucaliptos con algunos cedros entre ellos. Forman, entre una hilera de árboles, un verdadero callejón paralelo al asfalto. Un lugar muy visitado por parejas.  Dado que la fila es muy compacta para entrar con vehículo   se debe dejar el auto y estacionar en la banquina
El cuerpo estaba tendido de cara al cielo; vestía un pantalón negro y camisa blanca. Zapatos negros bien lustrados. Parecía  que una herida como de bala o escopeta le atravesó el corazón, y sus ropas estaban teñidas de rojo. No, no perdía más sangre en ese momento. Creo que nadie me vio. Para llegar a la Estancia La Peregrina donde trabajo desciendo en el cruce de la 36 y camino más o menos una legua.
¿Si vi alguna arma o algo parecido? No, no observé nada de eso, señor. Solamente encontré una soga junto al tronco de un cedro que había cerca del cadáver. Y…, ah, sí; también al lado de la cuerda había un pañuelo. Eso fue todo lo que vi. Daba la impresión de que ese hombre había luchado antes del asesinato, porque las hierbas y las hojas que había a su alrededor estaban bastante pisoteadas. No tenía forma de comunicarme con la policía y seguí caminando hasta mis labores.
— No, señor. No había ningún auto cerca. Es un lugar inaccesible y está separado de la carretera. Tan tupido de árboles que casi ni se ve el asfalto
Declaración de un automovilista
— Es cierto. Ayer los vi. Ayer… sería cerca del mediodía. El lugar es la carretera que conduce de Garmendia a Tres Cruces. Al avanzar con mi automóvil por la 14 me extrañó un coche Fiat Cuatro negro parado a un costado   de la ruta sin conductor ni  pasajeros. Me detuve a observar con cierto temor y decidí seguir más lento. Me llamó la atención un hombre que se escondía detrás de los eucaliptos. Vestía una camisa blanca sin distinguir sus rasgos.
Me dije “no te metás” pero al continuar llamó mi atención otro vehículo Chevrolet Panda azul detenido también en la banquina.
A escasos metros de allí y dentro del callejón de eucaliptus vi  a un hombre  acompañado por una dama en un camino paralelo a la ruta como si en un futuro se prolongara el asfalto.  Ni alcancé a ver el rostro de esa mujer. Únicamente pude ver el color de su vestido, que era claro.  ¿La estatura? … algo así como un metro y medio.  Estaba apoyada contra un árbol y él muy junto a ella.  Vestía una camisa negra.
Aceleré con todo sin interesarme por las secuencias posteriores. Tenía que recorrer unos cincuenta kilómetros más.  Llegué tarde a la Empresa. Tipo nueve y media
.Declaración de una anciana
— Sí, señor; el cadáver es del hombre que se casó con mi hija. Él no era de la Capital.  Su nombre es Carlos González y tenía veintiséis años. No, señor, era una buena persona, y no creo que haya sido víctima de alguna venganza.
¿Mi hija? Su nombre es Malena y tiene diecinueve años. Es impulsiva, pero dudo que haya conocido otro hombre aparte de Carlos. Es de cutis moreno y su cara es pequeña, ovalada, y tiene un lunar cerca del ojo izquierdo.
Ayer, Carlos salió con el auto y mi hija se fue poco después. ¡Quién podía imaginar esta tragedia!
¡Qué será de ella! Pues si bien estoy resignada por la suerte de mi yerno, quisiera saber qué  ocurrirá  con mi pobre niña.
A quien odio es a ese asesino. El futuro de mi hija [llora y no se entienden sus palabras].              
Declaración de la mujer                                                
Venía con mi marido por la ruta a Tres Cruces a ver unos terrenos donde se alojaría la nueva fábrica proyectada por él. Pasando la 36 con sorpresa se adelantó un coche azul que nos interceptó. Revolver en mano, a los gritos, dijo que bajáramos,
 El asaltante vestía una camisa negra exigió todas nuestras pertenencias  procedió a atar  con una soga que extrajo de su auto a mi esposo en un árbol de la futura ampliación de la ruta.
Con una gran violencia me violó a pesar de mi resistencia. Después de ultrajarme lanzó una mirada sarcástica a mi marido.
¡Cuán humillado se habrá sentido! Cuánto más se empeñaba en liberarse, más se hundía la soga en su cuerpo. Desesperada, corrí hacia él. No, mejor dicho, quise correr. Pero al intentarlo, el ladrón  me derribó. Estos raspones  en la cara lo evidencian.
En ese preciso instante advertí un brillo extraño en los ojos de mi marido, tenía una expresión indescriptible… Lo recuerdo y todavía me hace estremecer. Él, al no poder hablar, procuraba expresarse de ese modo. Sus ojos no denotaban ni furor ni angustia…; despedían un brillo frío, que reflejaba su desprecio hacia mí. Más herida por esos ojos que por el golpe del ladrón, dejé escapar un gemido y me desvanecí.
Después de largo rato (creo), recobré el conocimiento, y advertí que el hombre del pantalón azul había desaparecido. Estaba solamente mi marido, que continuaba atado al árbol. Me incorporé  y dirigí hacia él mis ojos. Pero el brillo de los suyos no había cambiado; me observaba con la misma frialdad, reafirmando su desprecio, y en lo más profundo, también su odio. Vergüenza, rabia, angustia…; no sé bien lo que sentí entonces. Me levanté, vacilante, y me acerqué a él:
Hube de hacer un gran esfuerzo para decirlo. Pero él seguía mirándome sin inmutarse. Sentí que mi corazón latía con violencia. Busqué afanosamente el revolver de mi marido. En vano; por lo visto, el bandido había robado su arma y con ella le tiró al corazón.                               
. Fue una suerte que allí cerca encontrara mis zapatos
— Ahora,  te desataré inmediatamente.
Al escucharme, movió apenas los labios. Con la boca llena de hojas, no podía articular palabra. Sin embargo, con sólo mirarle adiviné su voluntad.  Dijo: "Me muero”.   Volví a desvanecerme. Cuando tiempo después me recobré, mi marido había muerto. Un rayo del sol  filtrado a través del follaje, iluminaba su rostro sin color. Llorando, quité las ataduras de aquel cuerpo. Después… No tengo fuerzas para narrar lo que me tocó vivir después.  Heme aquí, frustrados mis intentos, soportando el peso agobiador de mi deshonra. [Sonríe tristemente].Es de creer que me sea negada la piedad. Busqué las llaves del auto tiradas en el piso y arranqué para pedir auxilio. Pregunté y llegué a esta comisaría. En fin yo,  que fui violada por un sicópata, ¿qué debo hacer? ¿Qué es lo que yo… yo…? [Estalla de pronto en violentos sollozos)

ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
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