DOS BICICLETAS EN EL CAMINO
Dos bicicletas en el camino.
Ella vestida de novia. Él con el torso desnudo cubierto apenas por un jaquet,
pantalón, zapatos de charol. El solitario camino era como una cinta transportadora
donde ellos quedaban quietos y se movía el
paisaje. Llegar a la iglesia para casarse. Él la pensaba desnuda y con el
deseo de poseerla. Ella con la idea de
su casita, cama de sabanas blancas de
hilo perfumadas, los niños en el parque
y en los columpios mientras regaba la
sed de las margaritas. Es pronto, aún falta la consagración divina de la
eternidad del amor. Las flores, la entrada
triunfal con los acordes de un órgano en
la ejecución de la marcha nupcial. La simbólica
entrega de los anillos. El beso. Para él, reclamado por su urgencia debía ser
ahora, se lo exigía el ignorado motor.
El entorno los registraba
a cada momento, no desistía de mirarlos. Animales de pastoreo no hubieran
permitido detenerse y hacer el amor en su mesa de comida. Era urgente marchar para consagrarse.
Primavera. Las flores
seleccionaban a quienes las visitaran hasta hallar un hermoso fecundador: por
su belleza o su talento. Lucir colores para atraer la
ansiedad de la glucosa.
Ella rodeada de un hálito de futuro. Sábanas perfumadas
de lavanda, bebés libando de sus pechos junto al regalo de su calor de vida.
Él se mantuvo en la ceremonia
hasta el final, por respeto, por tradición, hasta
que un impulso de la naturaleza lo condujo a su burdel
habitual. Allí se confesó y comulgó
hasta la madrugada hora en que se
satisfacen las angustias o se exacerban los deseos.
Ella lo aguardó envuelta
en sus sábanas blancas de hilo perfumadas.
ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
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