sábado, 14 de enero de 2017

DOS BICICLETAS EN EL CAMINO


Dos bicicletas en el camino. Ella vestida de novia. Él con el torso desnudo cubierto apenas por un jaquet, pantalón, zapatos de charol. El solitario camino era como una cinta transportadora donde  ellos quedaban quietos y se movía el paisaje. Llegar a la iglesia para casarse. Él la pensaba desnuda y con el deseo  de poseerla. Ella con la idea de su casita,  cama de sabanas blancas de hilo perfumadas, los niños  en el parque y en los columpios  mientras regaba la sed de las margaritas. Es pronto, aún falta la consagración divina de la eternidad del amor.  Las flores, la entrada triunfal con los acordes de un  órgano en la ejecución de la marcha nupcial.  La simbólica entrega de los anillos. El beso. Para él, reclamado por su urgencia debía ser ahora, se lo exigía el ignorado motor.
El entorno los registraba a cada momento, no desistía de mirarlos. Animales de pastoreo no hubieran permitido detenerse y hacer el amor en su mesa de comida. Era urgente marchar  para consagrarse.  
Primavera. Las flores seleccionaban a quienes las visitaran hasta hallar un hermoso fecundador: por su belleza  o  su talento. Lucir colores para atraer la ansiedad de la glucosa.
Ella  rodeada de un hálito de futuro. Sábanas perfumadas de lavanda, bebés libando de sus pechos junto al regalo de su calor de vida.
Él se mantuvo en la ceremonia hasta el final, por respeto, por tradición,  hasta  que  un impulso  de la naturaleza lo condujo a su burdel habitual. Allí se confesó y  comulgó hasta la madrugada  hora en que se satisfacen las angustias o se exacerban los deseos.
Ella lo aguardó envuelta en sus sábanas blancas de hilo perfumadas.


ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)


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