UNA SILLA
Sentada en su silla preferida,
la sometida, abandonó todo. Deseos, hambre, amor. Sin respuestas ni
preguntas
subió al infierno en la misma forma. En igual posición. A la diestra de nadie.
No pudo
hablar, reír, llorar. Tampoco nunca más gozar. No pensó en la
resurrección.
En su mano derecha un lápiz.
Así, mirando estrellas, lunas y astros construyó un poema.
ALBERTO FERNANDEZ (Furnita)
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